Un niño juega con soldados, va al circo, habla durante la siesta de sus abuelos con sus amigos imaginarios, siente piedad por las desventuras de sus tías, ama las procesiones, los desfiles, hace de San José en Navidad. Esos juegos se volverán ejercicios que forjarán una vocación. Lo que antes ocurría en un patio en la casa de la infancia sucede ahora en las aulas de una escuela de teatro y luego en los escenarios. Aprende mezclando experiencias, desde tomar clases a ser galán de fotonovelas, de programas de radio a obras de teatro y películas. Mientras ese actor se forma y crece en su oficio, Chile cambia. Del conservadurismo terrateniente al laicismo liberal, de los fundos patronales a las reformas sociales. Del socialismo a la chilena a la dictadura de Pinochet. Hasta el día de hoy, cuando el actor ya viejo descubre que el invisible equipaje con que atravesó esas épocas tiene el nombre de todos los ausentes que en teatro no son los muertos, sino los mismos actores, que cada día aparecen fugaces, sinceros, desarmados y desaparecen, cada noche, para siempre.
Esta obra no se propone hablar de Héctor Noguera. A través de su biografía contamos algo que acomuna a todos los artistas: La vocación, que salta obstáculos, derriba barreras, combate envidias y paga el precio de la soledad con tal de llegar a realizarse. Decir YO tiene sentido, cuando ese YO incluye a los demás, cuando se vuelve un NOSOTROS. Creo que el CORO contemporáneo sea eso. A través del yo se nombra el universo. En este caso el ínfimo y entrañable universo del teatro. Los actores de teatro no quedamos. La valija con que tropezamos en nuestra vejez contiene fotografías amarillentas, algún documento escrito o filmado y el recuerdo de aquellos que hicimos vibrar por un instante. El teatro es más corto y fugaz que la vida a la que interroga, como un niño interroga a un adulto. Por eso esta obra esconde la ingenua esperanza de seguir siendo jóvenes… por un rato.